Marcelo Antonio Cejas tenía 41 años, hincha fanático del club de sus amores, Tigre. Había ido a la cancha de Nueva Chicago, en Mataderos, para alentar a su equipo en la final de la Promoción de junio de 2007, pero lo que él nunca supo fue el terrible desenlace. Pronto para el final del encuentro y con el resultado a favor de El Matador, los hinchas del verdinegro invadieron el campo de juego y el partido se suspendió.
Cejas falleció, tras el choque de las hinchadas de Chicago y el club de Victoria en las afueras del estadio del Torito, al sufrir un piedrazo en la cabeza cuando intentaba huir de sus agresores. Al recibir la agresión se detuvo en medio de la calle, donde fue alcanzado por los violentos que empezaron a golpearlo hasta dejarlo agonizando. Una ambulancia lo socorrió a cuatro cuadras del estadio. Fue trasladado al Hospital Santojanni, donde murió luego de frustrados intentos por reanimarlo. Por la agresión, según testigos, su rostro estaba irreconocible. El saldo de tanta brutalidad fue un muerto, 30 heridos, 78 detenidos y decenas de destrozos en autos y viviendas.
Marcelo tenía sueños que quedaron truncos. Era carpintero y los fines de semana trabajaba en una empresa de sonido junto a su hermano Horacio. De grande se recibió de perito mercantil. El viernes siguiente al día de su muerte debía rendir la última materia del CBC para seguir la carrera de abogacía.
La familia incluidos sus cuatro hijos no bajan los brazos y continúan con su legado. Transformaron la bronca y el dolor en hechos positivos. Cada día del niño realizan un festival en el barrio San Rafael donde él vivía y allí renuevan la tradición de compartir galletitas, chocolates y juguetes con los pibes del barrio, como lo hacía Marcelo.
Pasan los años y el caso aguarda por justicia. Nadie responde por la muerte de Marcelo que perdió su vida en manos de asesinos que se escabullen entre hinchas de fútbol para conseguir impunidad.
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