martes, 10 de febrero de 2015

Son las nuevas guerras del Peloponeso

El gobierno de Syriza tiene un problema adicional a los que ya afronta. Dieciséis dirigentes son investigados por partidos arreglados. Un magnate naviero y presidente del Olympiakos está en la mira. Los incidentes en las canchas son moneda corriente.

Parece que hay un fútbol peor que el argentino y es el griego. No en la cancha donde se juega y sí en el entorno que lo rodea. Syriza, la nueva fuerza de izquierda que gobierna desde Atenas, deberá lidiar con el más importante de los problemas menos importantes, diría Jorge Valdano. La corrupción estructural de sus dirigentes, el arreglo de partidos, la violencia que tiene muchas semejanzas con la nuestra y una Super Liga en constante declive dominada por el club Olympiakos, del magnate naviero Evangelos Marinakis, involucrado en un escándalo de sobornos y manipulación de jueces, funcionarios políticos y policías. El 25 de mayo de 2014, cuando el vice de aquella institución –una de las dos más populares del país–, Yannis Móralis, ganó la alcaldía de El Pireo, el secretario general de Syriza en el distrito, Manolis Saris, declaró: “Creo que estamos ante un experimento social y político en el que se aprovecha la situación de crisis y el sentimiento futbolístico”. Un dato adicional agrega más preocupación al cuadro. Muchos neonazis de Amanecer Dorado, la fuerza ultraderechista griega, apoyaron a Móralis en las urnas y en la calle. Son ultras del Olympiakos.
La caída en picada del fútbol griego, que es profesional desde 1959, se profundizó con la crisis del país. Su Super Liga pasó del 12º lugar en Europa que ocupaba hasta 2010, al puesto 22, según la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (Iffhs). La inversión en su mercado de pases se redujo de 58 millones de euros en 2009 a 14 en 2014. Un ejemplo: en 2007 Fernando Belluschi fue transferido de River al Olympiakos por 6,5 millones de euros (el 60 por ciento de su ficha). En 2012, el portugués Paulo Machado pasó del Toulouse francés al mismo club griego por 2,7 millones.
En 2004 Grecia fue campeón de la Eurocopa cuando derrotó 1-0 a Portugal en la final jugada en Lisboa. También lo había superado 2-1 en el partido inaugural. De la cima cayó al abismo diez años después. El 14 de diciembre de 2014 Islas Feroe le ganó 1-0 en Atenas por las eliminatorias de la Eurocopa. Fue la primera victoria como visitante desde 1995 para el pequeño país del Atlántico Norte. Y provocó la destitución del DT italiano Claudio Ranieri, que apenas duró cuatro meses como seleccionador.
Esas son las estadísticas económicas y deportivas más notables. Pero hay más, cuando se salta del juego a la trastienda que lo pudre. Marinakis es la punta más visible de un iceberg, pero no la única. Comparado hace tiempo con Silvio Berlusconi, es un hombre grandote que tiene más de cien barcos. Ayuda a los más necesitados del puerto del Pireo, y hasta propuso hacer un partido mundial contra la pobreza. Pero combina la beneficencia con manejos turbios en la política y el fútbol.
El 4 de diciembre pasado, la fiscalía de Atenas acusó a 16 dirigentes de clubes afiliados a la Federación de Fútbol Griega (EPO), de haber formado una “asociación criminal” para amañar los resultados de partidos de la Super Liga. Todo indica, según medios locales, que el presidente del Olympiakos está entre ellos por presuntos hechos delictivos de 2012. Para el fiscal Ilias Zagorios, algunos de los acusados también son responsables de agresiones a árbitros e incluso de un atentado con bomba contra la tienda de uno. También a un ex referí que integra la comisión que los designa para dirigir, Jristóforos Zografos, lo molieron a golpes en noviembre último. Por ese ataque se suspendieron todos los partidos. La debacle eyectó de la presidencia de la EPO a Giorgios Sarris, aunque no sólo por los motivos que difundió: intromisión de los poderes del Estado en el fútbol y falta de apoyo.
El primer ministro Alexis Tsipras es un reconocido hincha de otro club grande: Panathinaikos. En 2012, sus directivos pidieron que todos los partidos como local se jugaran de día porque no podían pagar la cuenta del servicio de luz. Comparado con el Olympiakos, en resultados deportivos viene muy mal. Pero no es el peor caso entre los equipos más populares. El AEK de Atenas arrastra una deuda superior a los 100 millones de euros, perdió por causa de un terremoto en 1999 su estadio Nikos Goumas –lo tuvo que demoler en 2003– y fue local en el estadio Olímpico en los últimos años. Para volver a tener su casa propia, Syriza lo apoyó cuando estaba en la oposición. A cambio de algunas condiciones edilicias y mejoras en Nea Filadelfeia, al norte de Atenas –donde estaba su vieja cancha–, podría levantar el Hagia Sophia, un nuevo escenario. Lo haría posible gracias al aporte del empresario Dimitris Melissanidis, quien acudió en su rescate después de que el club llegara a la tercera división amateur por decisión propia. Para sanear sus finanzas.
Otros clubes más chicos, como el Iraklis, sufrieron el descenso por falsear documentos. O dentro de la ley, apelaron a curiosos sponsors para sostenerse en un país con un desempleo que, entre los menores de 25 años, llega al 50,6 por ciento y afecta al 25,8 de la población total, según las cifras a octubre de 2014. En 2012, esos clubes lanzados a buscar ingresos, pusieron en sus camisetas a funerarias y burdeles como patrocinadores. El Voukefalas de Larissa llevaba un aviso del burdel Soula. “Estamos forzados a jugar con este atuendo porque la federación griega ya no nos respalda”, decía su presidente, Ioannis Batziolas, citado por DPA.
La violencia del fútbol griego es un mal endémico que tiene relación con la cultura del aguante de sus ultras, la xenofobia y las rivalidades fomentadas a imagen y semejanza de la maquinaria del “marketing deportivo”: ese que induce a sumarse a un espacio colectivo, donde la bandera y la camiseta dan una idea de pertenencia sin distinción de clases. La crisis social le agregó su cuota adicional de furia y la forma en que utilizan los políticos a los hinchas más orgánicos también.
Ignacio Scocco, el delantero de Newell’s, lo puede decir. Cuando jugaba en el AEK y después de sufrir una goleada 6-0 con Olympiakos en marzo del 2011, fue atacada su casa con tres bombas de gas. El mismo año, el francés Djibril Cissé abandonó el país cuando jugaba en el Panathinaikos porque no toleraba más los insultos racistas. El entrenador español del AEK, Manolo Jiménez, llegó a pedirle al gobierno que se ocupara de la violencia. Fue tras un partido con el PAOK y en el que Sebastián Saja, el arquero de su equipo y ahora de Racing, sufrió el impacto de una bengala en su cuerpo que le quemó una parte del buzo que vestía.
El derrumbe de la mayoría de los clubes y la violencia se completa con las investigaciones judiciales por arreglo de partidos entre 2011 y 2013. A fines del año pasado, una delegación de Interpol visitó Grecia para seguir la pista de las apuestas ilegales en el fútbol, la puerta de entrada a los sobornos para amañar resultados.





Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/deportes/8-265684-2015-02-08.html

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