El hecho de que la AFA haya dispuesto que los partidos desempates de la división B Nacional del fútbol se disputen a puertas cerradas –sin la presencia de público, por razones de seguridad- revela en forma elocuente el grado de incompetencia e irracionalidad con que se intenta manejar el creciente fenómeno de la violencia en los estadios. Pareciera que se está llegando a un extremo paradojal, en el cual el más popular de los deportes necesita, para poder desarrollarse con normalidad, que no haya gente en las tribunas.
Tal como se informó, la medida alcanza a los partidos que deben disputar en estas jornadas Huracán y Atlético Tucumán, así como los que surjan de un triangular entre Aldosivi, Nueva Chicago y Gimnasia de Jujuy, todos ellos para definir los ascensos al futuro torneo de la primera división del fútbol en nuestro país. De estos cinco conjuntos, serán tres los equipos que subirán a la A para completar así el cuadro de 30 entidades para la temporada 2015.
Está claro que han fracasado todas las iniciativas y políticas trazadas, tanto desde la representación del fútbol profesional como de los organismos estatales responsables de tutelar la seguridad en las canchas. Se han desplegado todos los fines de semanas enormes y muy costosos operativos policiales, pero la violencia no dejó de estar presente. Sólo por dar un ejemplo cercano y conocido: en uno de los últimos clásicos disputados entre Estudiantes y Gimnasia intervinieron 1.300 efectivos, es decir un policía cada menos de 25 espectadores. Además no había hinchada rival, sino una inmensa mayoría de simpatizantes locales y un pequeño grupo de la parcialidad visitante, de manera que lo que había que controlar eran focos muy acotados de eventuales tensiones. Pero esos factores no evitaron que se suscitaran graves incidentes.
Lo concreto es que resulta agobiante la sensación de impotencia que invade al ciudadano común frente al reiterado flagelo de la violencia en el fútbol. La impericia policial en las canchas es sólo una parte de un todo que incluye el crecimiento y la consolidación de los llamados barrabravas -que son grupos delincuenciales perfectamente diagramados, muchos de ellos con respaldos políticos de primer nivel, dedicados a explotar en forma mafiosa y prebendaria todos los negocios posibles-, la presencia de una Justicia no muy efectiva a la hora de actuar -aunque hay que destacar un fallo reciente que condenó a brarrabravas de Almirante Brown en tiempo récord-, así como la mirada permisiva de muchos sectores sociales, entre otras causas, confluyen para completar un panorama cada vez más negativo.
Los habituales “parte de guerra” que se conocen luego de la disputa de partidos correspondientes al fútbol profesional argentino -con el saldo cada vez mayor de víctimas fatales y de personas heridas- vienen así a convertirse en un testimonio de la impotencia de las autoridades para frenar la irracionalidad que lastima a este deporte. En lugar de erradicar a los violentos, se prefirió primero prohibir la presencia de hinchadas visitantes. Una suerte de derecho de admisión por mitades. Pero la violencia no cedió, porque los locales se pelearon entre sí. Se pusieron de moda, entonces, las internas entre barrabravas de un mismo club.
Menudearon incidente a balazos y armas blancas, con muertos y heridos otra vez. Finalmente, ahora se decidió prohibirle la entrada a todo el mundo. No ingresaran a las canchas hinchas locales ni visitantes. El fútbol argentino se jugará con las tribunas totalmente vacías. ¿Esta es la solución que se propone?
Fuente: http://www.eldia.com.ar/
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